lunes, 27 de febrero de 2012

El lector


Domingo por la tarde. Me atrapa en la tele la película El lector, de Stephen Daldry, que cuenta la historia de la guardiana de un campo de concentración que se enamora, un personaje que aterroriza por su profunda humanidad, por su profunda iniquidad. La historia remueve uno de los terrores de mi infancia: no estar segura de qué está bien y qué está mal, sobre todo cuando hasta las peores personas tienen hijos y un perro que les quiere. Y cuando los buenos, los que nos creemos buenos, difícilmente saldríamos inocentes de un juicio donde fuéramos jurados. ¿Cuántos de nosotros somos fieles del todo a nosotros mismos? O dicho de otra forma, ¿quién no se ha vendido al mal en ninguna ocasión, por amor, por miedo, por un salario, por corporativismo o simplemente por seguir las órdenes? ¿Era inocente acaso el conductor del tren que llevaba a Matthausen? ¿y la guardiana, y los presos de confianza, y los judíos que elegían a los que debían ser deportados del ghetto, o los sindicalistas que pactan a qué compañeros se va a echar? ¿No tienen todos sus motivos, su justificación, que es que no podían hacer otra cosa? ¿Son los bancarios y financieros buenas personas? ¿Y los esbirros que les seguimos? ¿Son los gobernantes de Europa buenas personas cuando están hundiendo al continente en una profunda depresión, llevados por espurios intereses monetarios? ¿Son inocentes los abogados que ayudan a sus clientes a evadir impuestos, y que a la vez son los pilares de su comunidad, los domingos en primera línea de misa? ¿Somos buenos cuando aceptamos que la injusticia está en la base de nuestro sistema y cuando aceptamos el delito como tolerable, al menos hasta que te pillan?

Habéis leído sobre esta mujer, no la llamaré señora, que hundió la caja que dirigía, y mientras tanto se aseguraba un retiro multimillonario. Ahora está indignada porque la han pillado, y ella sólo estaba haciendo lo que hacen todos. Pobrecita, cómo sufre.

Me encanta ver la cara de contrición de urdangarín, en adelante IU, ya que es un cabroncete que no vale lo que cuesta escribir su apellido. No sabía nada, no se acuerda de nada, su mujer tampoco. Espero que el juez Castro, un macho alfa, le ponga en su sitio. Y que nadie le ponga en su sitio a él, como a Garzón.

Hoy, en un mundo donde el bien supremo tiene la forma de un balance positivo, donde el éxito es el fin y justifica cualquier medio, donde el cinismo se practica desde tronos, púlpitos y cualquier sillón de cuero caro, e incluso desde cualquier silla; en este mundo donde imperan las grandes compañías y organizaciones (inhumanas, su código ético es papel mojado); donde nos diluimos en corporaciones, partidos, religiones y equipos de fútbol, es hora de que las personas individuales, responsables de sus propias vidas, se pregunten, y elijan, de qué lado están. Ya hemos visto lo difícil que es a veces.

Elegir el bien implica dejar de estar de acuerdo, abandonar la marcha y caminar solo, implica plantarse y decir no. Implica que se puede hacer otra cosa: No quiero conducir el tren que lleva al exterminio. No quiero participar en la matanza, no quiero ser cómplice del expolio. No quiero comprar tomates de plástico, no quiero que explotes niños para hacerme ropa…

Sí, pareceremos tontos, molestos, desertores, pusilánimes, incluso peligrosos. Pero, amigos, en este mundo de cargos y etiquetas, debemos dejar de ser votantes, directores o empleados, autónomos, creyentes, contribuyentes, colaboradores, conductores, funcionarios, fieles, engranajes en suma, partes de una masa que ha perdido el norte: debemos volver a ser personas con capacidad moral.

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