martes, 29 de noviembre de 2011

Se acabó el silencio


Han sido semanas peores que una travesía de noche en el desierto. De hecho aún andamos arrastrándonos con la boca llena de arena camino del precipicio, de la sartén al fuego, rodeados de atroces noticias, en un país miserable, con millones de parados y con miedo, un miedo atroz por la educación, por la sanidad, por los dependientes...miedo de que por fin las bestias de los mercados nos ganen la partida.
Lo más doloroso de asistir al desmembramiento de nuestro estado de bienestar en directo es aceptarlo como inevitable. Estas semanas de silencio me han servido para leer y escuchar la oleada de voces que clamaban en el desierto. La victoria del pp, los recortes, los actuales y los futuros. La impudicia de los ladrones con nombres y apellidos, la insistencia en arruinar a los pobres como único recurso. Una se acostumbra a todo. Hace años que di por perdida mi pensión, apenas me duele pensar en el cambio climático. Soy capaz de leer los titulares de masacres lejanas mientras ingiero alimentos. Por un lado, si aceptas te cuesta menos comer mierda, pero si comprendes determinadas cosas, claudicas. te pierdes a ti misma. Y por más que aceptar ayude a llevar la carga, no me sale. Sigo pensando que hay otra forma de hacer las cosas. Vamos a seguir diciendo lo que pensamos, a seguir señalando en nuestra medida lo que está mal, y lo que está bien. Seguiremos mordiendo los tobillos infames que se nos pongan a tiro. Se puede seguir creyendo en la verdad y en la justicia, en la belleza y en la compasión, en un mundo donde la fiesta nacional no sea matar toros. Por ejemplo.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Hora de despertar, por Antonio Muñoz Molina


may 20, 2011


He pensado desde hace muchos años, y lo he escrito de vez en cuando, que
España vivía en un estado de irrealidad parcial, incluso de delirio, sobre
todo en la esfera pública, pero no solo en ella. Un delirio inducido por la
clase política, alimentado por los medios, consentido por la ciudadanía,
que aceptaba sin mucha dificultad la irrelevancia a cambio del halago, casi
siempre de tipo identitario o festivo, o una mezcla de los dos. La broma
empezó en los ochenta, cuando de la noche a la mañana nos hicimos modernos
y amnésicos y el gobierno nos decía que España estaba de moda en el mundo,
y Tierno Galván -¡Tierno Galván!- empezó la demagogia del político
campechano y majete proclamando en las fiestas de San Isidro de Madrid
aquello de “¡ El que no esté colocao que se coloque, y al loro!” Tierno
Galván, que miró sonriente para otro lado, siendo alcalde, cuando un
concejal le trajo pruebas de los primeros indicios de la infección que no
ha dejado de agravarse con los años, la corrupción municipal que volvía
cómplices a empresarios y a políticos.


Por un azar de la vida me encontré en la Expo de Sevilla en 1992 la noche
de su clausura: en una terraza de no sé qué pabellón, entre una multitud de
políticos y prebostes de diversa índole que comían gratis jamón de pata
negra mientras estallaban en el horizonte los fuegos artificiales de la
clausura. Era un símbolo tan demasiado evidente que ni siquiera servía para
hacer literatura. Era la época de los grandes acontecimientos y no de los
pequeños logros diarios, del despliegue obsceno de lujo y no de
administración austera y rigurosa, de entusiasmo obligatorio. Llevar la
contraria te convertía en algo peor que un reaccionario: en un malasombra.
En esos años yo escribía una columna semanal en El País de Andalucía,
cuando lo dirigía mi querida Soledad Gallego, a quien tuve la alegría
grande de encontrar en Buenos Aires la semana pasada. Escribía denunciando
el folklorismo obligatorio, el narcisismo de la identidad, el abandono de
la enseñanza pública, el disparate de un televisión pagada con el dinero de
todos en la que aparecían con frecuencia adivinos y brujas, la manía de los
grandes gestos, las inauguraciones, las conmemoraciones, el despilfarro en
lo superfluo y la mezquindad en lo necesario. Recuerdo un artículo en el
que ironizaba sobre un curso de espíritu rociero para maestros que organizó
ese año la Junta de Andalucía: hubo quien escribió al periódico llamándome
traidor a mi tierra; hubo una carta colectiva de no sé cuantos ofendidos
por mi artículo, entre ellos, por cierto, un obispo. Recuerdo un concejal
que me acusaba de “criminalizar a los jóvenes” por sugerir que tal vez el
fomento del alcoholismo colectivo no debiera estar entre las prioridades de
una institución pública, después de una fiesta de la Cruz en Granada que
duró más de una semana y que dejó media ciudad anegada en basuras.


El orgullo vacuo del ser ha dejado en segundo plano la dificultad y la
satisfacción del hacer. Es algo que viene de antiguo, concretamente de la
época de la Contrarreforma, cuando lo importante en la España inquisitorial
consistía en mostrar que se era algo, a machamartillo, sin mezcla, sin
sombra de duda; mostrar, sobre todo, que no se era: que no se era judío, o
morisco, o hereje. Que esa obcecación en la pureza de sangre convertida en
identidad colectiva haya sido la base de una gran parte de los discursos
políticos ha sido para mí una de las grandes sorpresas de la democracia en
España. Ser andaluz, ser vasco, ser canario, ser de donde sea, ser lo que
sea, de nacimiento, para siempre, sin fisuras: ser de izquierdas, ser de
derechas, ser católico, ser del Madrid, ser gay, ser de la cofradía de la
Macarena, ser machote, ser joven. La omipresencia del ser cortocircuita de
antemano cualquier debate: me critiacan no porque soy corrupto, sino porque
soy valenciano; si dices algo en contra de mí no es porque tengas
argumentos, sino porque eres de izquierdas, o porque eres de derechas, o
porque eres de fuera; quien denuncia el maltrato de un animal en una fiesta
bárbara está ofendiendo a los extremeños, o a los de Zamora,o de donde sea;
si te parece mal que el gobierno de Galicia gaste no sé cuántos miles de
millones de euros en un edificio faraónico es que eres un rojo; si te
escandalizas de que España gaste más de 20 millones de euros en la célebre
cúpula de Barceló en Ginebra es que eres de derechas, o que estás en contra
del arte moderno; si te alarman los informes reiterados sobre el fracaso
escolar en España es que tiene nostalgia de la educación franquista.


He visto a alcaldes y a autoridades autonómicas españolas de todos los
colores tirar cantidades inmensas de dinero público viniendo a Nueva York
en presuntos viajes promocionales que solo tienen eco en los informativos
de sus comarcas, municipios o comunidades respectivas, ya que en el séquito
suelen o solían venir periodistas, jefes de prensa, hasta sindicalistas.
Los he visto alquilar uno de los salones más caros del Waldorf Astoria para
“presentar” un premio de poesía. Presentar no se sabe a quién, porque entre
el público solo estaban ellos, sus familiares más próximos y unos cuantos
españoles de los que viven aquí. Cuando era director del Cervantes el jefe
de protocolo de un jerarca autonómico me llamó para exigirme que saliera a
recibir a su señoría a la puerta del edificio cuando él llegara en el coche
oficial. Preferí esperarlo en el patio, que se estaba más fresco. Entró
rodeado por un séquito que atascaba los pasillos del centro y cuando yo
empezaba a explicarle algo tuvo a bien ponerse a hablar por el móvil y
dejarnos a todos, al séquito y a mí, esperando durante varios minutos. “Era
Plácido”, dijo, “que viene a sumarse a nuestro proyecto”. El proyecto en
cuestión calculo que tardará un siglo en terminar de pagarse.


Lo que yo me preguntaba, y lo que preguntaba cada vez que veía a un
economista, era cómo un país de mediana importancia podía permitirse tantos
lujos. Y me preguntaba y me pregunto por qué la ciudadanía ha aceptado con
tanta indiferencia tantos abusos, durante tanto tiempo. Por eso creo que el
despertar forzoso al que parece que al fin estamos llegando ha de tener una
parte de rebeldía práctica y otra de autocrítica. Rebeldía práctica para
ponernos de acuerdo en hacer juntos un cierto número de cosas y no solo
para enfatizar lo que ya somos, o lo que nos han dicho o imaginamos que
somos: que haya listas abiertas y limitación de mandatos, que la
administración sea austera, profesional y transparente, que se prescinda de
lo superfluo para salvar lo imprescindible en los tiempos que vienen, que
se debata con claridad el modelo educativo y el modelo productivo que
nuestro país necesita para ser viable y para ser justo, que las mejoras
graduales y en profundidad surgidas del consenso democrático estén siempre
por encima de los gestos enfáticos, de los centenarios y los monumentos
firmados por vedettes internacionales de la arquitectura.


Y autocrítica, insisto, para no ceder más al halago, para reflexionar sobre
lo que cada uno puede hacer en su propio ámbito y quizás no hace con el
empeño con que debiera: el profesor enseñar, el estudiante estudiar
haciéndose responsable del privilegio que es la educación pública, el tan
solo un poco enfermo no presentarse en urgencias, el periodista comprobando
un dato o un nombre por segunda vez antes de escribirlos, el padre o la
madre responsabilizándose de los buenos modales de su hijo, cada uno a lo
suyo, en lo suyo, por fin ciudadanos y adultos, no adolescentes perpetuos,
entre el letargo y la queja, miembros de una comunidad política sólida y
abierta y no de una tribu ancestral: ciudadanos justos y benéficos, como
decía tan cándidamente, tan conmovedoramente, la Constitución de 1812,
trabajadores de todas clases, como decía la de 1931.


Lo más raro es que el espejismo haya durado tanto.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Voy a votar por correo.



Bendita tarde de lluvia.
Hacer canelones caseros lleva su tiempo. Tiempo suficiente para escuchar dos o tres programas de radio, incluyendo informativos. Y hoy es el primer día de campaña electoral. Así pues, ¿es posible que a estas alturas alguien no sepa los resultados del sondeo del CIS, que vaticinan, vaya sorpresa, que el pepé va a ganar por goleada y que el pesoe lo hará peor que con Almunia, pobre? En fin que las habas están contadas, salvo por los indecisos, que son legión y son los que decidirán la cosa, tiene cojones, los indecisos decidiendo. Gonz Pons el venenoso dice que es para dar pena, relamiéndose el colmillo ante la inminente victoria. iu quiere apropiarse de los indignados, pero no cuela. (Por cierto, en la sarta de espacios gratuitos de campaña ha salido uno de iu y tres del pp...) y hablando de campaña, ¿como puede sarkozy pedir la tasa tobin y a la vez lanzarle piropos a rajoy todo el rato? Buf, la campaña electoral, que es como el mal tiempo, que no te gusta más porque te hayan avisado de su llegada. Me aburre soberanamente, y esto sólo acaba de empezar, nos quedan dos semanas de verles viajar gastando dinero, de mítin en mítin...es cansino. Y además yo no estoy indecisa, así que ya puedo olvidarme de la campaña y dedicarme a oír música, o a asuntos de la actualidad mucho más apasionantes: Italia, tutelada por Europa, con su economía hecha polvo, y berlusconi, nuestro humorista invitado dice que no es verdad, que la gente sale, que él ve los restaurantes siempre llenos. Es tan frívolo que, con la que está cayendo, sólo le preocupa la dificultad de encontrar mesa. También sigo con interés el terrible caso de los pequeños desaparecidos en Córdoba. Todos piensan que el padre es culpable y esos registros interminables en la finca de los abuelos me llenan de congoja al imaginar la pesadilla de esa familia. ¿Y el volcán que sigue en erupción bajo el mar? comprendo a los pobres vecinos que están agobiados, exigiendo soluciones que no llegan porque a un volcán no hay científico que le tosa, pero como no tengo un volcán submarino cerca, puedo asistir orgullosa al momentazo geológico, esperando que surja una isla nueva, por favor, en las Canarias.
Como veis entretenimientos no me faltan, pero mañana que es sábado iré a correos a solicitar las papeletas para votar en Mallorca. Un gesto ritual que se repite todas las elecciones desde aquella de la otan, porque una suerte de añoranza me impide dejar este lazo con mi tierra (eso, y el descuento en los billetes). Así que votaré por correo, y voy a votar nulo.
Me encanta esta tonta decisión, un esfuerzo romántico, que me complace aunque no sirva de nada.
Y ahora que lo pienso, sí que estoy indecisa: no sé si tachar con un aspa la papeleta, o poner un 15M bien grande con rotulador rojo...o romperla en pedacitos muy pequeños para que, al abrir el sobre, su confeti alegre el recuento de los votos.