martes, 29 de noviembre de 2011

Se acabó el silencio


Han sido semanas peores que una travesía de noche en el desierto. De hecho aún andamos arrastrándonos con la boca llena de arena camino del precipicio, de la sartén al fuego, rodeados de atroces noticias, en un país miserable, con millones de parados y con miedo, un miedo atroz por la educación, por la sanidad, por los dependientes...miedo de que por fin las bestias de los mercados nos ganen la partida.
Lo más doloroso de asistir al desmembramiento de nuestro estado de bienestar en directo es aceptarlo como inevitable. Estas semanas de silencio me han servido para leer y escuchar la oleada de voces que clamaban en el desierto. La victoria del pp, los recortes, los actuales y los futuros. La impudicia de los ladrones con nombres y apellidos, la insistencia en arruinar a los pobres como único recurso. Una se acostumbra a todo. Hace años que di por perdida mi pensión, apenas me duele pensar en el cambio climático. Soy capaz de leer los titulares de masacres lejanas mientras ingiero alimentos. Por un lado, si aceptas te cuesta menos comer mierda, pero si comprendes determinadas cosas, claudicas. te pierdes a ti misma. Y por más que aceptar ayude a llevar la carga, no me sale. Sigo pensando que hay otra forma de hacer las cosas. Vamos a seguir diciendo lo que pensamos, a seguir señalando en nuestra medida lo que está mal, y lo que está bien. Seguiremos mordiendo los tobillos infames que se nos pongan a tiro. Se puede seguir creyendo en la verdad y en la justicia, en la belleza y en la compasión, en un mundo donde la fiesta nacional no sea matar toros. Por ejemplo.

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